jueves, 6 de noviembre de 2008

El Ojo de la Salamandra

Cualquiera que hubiese conocido a Richard Hunt coincidira en que era un hombre temerario. Yo lo entendi el mismo dia que hicimos los hallazgos en la casa de la calle londres. Richard estaba muy exitado con todas las historias que habiamos escuchado sobre aquel lugar. Nadie la habia habitado por mas de una semana en decadas, ni los esbirros del regimen anterior, ni los ocupas, ni un ridiculo programa de television que buscaba realizar algun reality sobre las casas embrujadas.

Eduardo T. Choro nos habia advertido que la naturaleza de las cosas que alli ocurrian se podian explicar en base a la existencia de un portal astral que habia existido en el lugar y que las machis mapuches que habitaron aqui antaño, habian logrado destruir en tiempos en que los incas eran amos y señores de la actual america latina. El mismo habia escrito los articulos en la revista aurora que nos llevaron a Richard y a mi a interesarnos en la casa.

Queriamos explorarla y atrapar sus misterios, pero tambien teniamos que salir vivos y cuerdos de alli, de lo contrario nadie podria contar la aventura. Tras varias aproximaciones los instrumentos mostraban fuerzas importantes que circulaban el lugar, algunas de ellas de mas de 300 hectopascales y un mirryanismo cercano a los 50 celios. Tales fuerzas no podian ser residuales, algo las estaba atando al lugar.

A sugerencia mia richard accedio a que utilizaramos una puerta de plata. Un hechizo que aprendi en Kenya en los sesentas, nos permitiria entrar de forma segura para ver y oir lo que alli pasaba sin correr el riesgo de estar fisicamente presentes, una suerte de viaje astral pero para varias personas al mismo tiempo. El rito en si ya era peligroso, debia abrir mi mente a las fuerzas cosmicas y rogar que ningun vagabundo entrara en ella. Si yo hubiese sabido que en aquella casa habia un ojo de salamandra jamas lo habria intentado.

La preactica me habia dado cierta experticia, entre los aficionados locales yo era un maestro una suerte de Guru, pero en comparacion con quienes me habian enseñado yo era apenas un principiante. Dibujamos con plata una puerta sobre una pared negra y cuando logre abrirla cruzamos de inmediato y comenzamos a correr parallegar antes que el viso de la realidad terminara de desvanecerse.

Vimos la casa desde lejos, las columnas de energia myrrianica se alzaban hasta el cielo mientras que los campos magneticos oscilaban freneticos en su entorno. Que tontos fuimos de no hace caso de las advertencias. Nuestra carrera nos permitio llegar justo a tiempo, aun que casi sin aliento. Con fortuna descubrimos que la entrada fisica y la entrada de plata coincidian perfectamente asi que el ingreso fue facil. Una vez adentro descubrimos con horror que la casa entera estaba habitada por extraviados. Almas que habian enloquecido a un grado tal que no hallaban el camino a un cielo, un infierno o cualquier sucedaneo en el que se creyese. Solo estaban alli, sufriendo perpetuamente, para alimentar los apetitos del segador que las habia puesto en ese lugar. eran miles, quizas decenas de miles o mas. Nunca lo sabremos. La puerta de plata es poderosa pero no tanto. Richard sabia mejor que yo que habia una forma de liberarlas pero para ello debiamos ver al menos una vez al segador. A resar de su impetu Richard era conciente del riesgo que corriamos si lo enfretabamos sin preparacion, por lo que estuvimos de acuerdo en volver.

El camino de vuelta fue complicado, el viso de la realidad se habia devanecido por completo y tuvimos que guiarnos por las señales del eter. Cada objeto y ser que existen en la realidad consensuada tienen una sombra de exisencia en el mundo del eter, sinembargo esta varia segun la persona que la perciba. Es que el eter cambia a cada instante, cada ves que observamso algo ya es ligeramente distinto, mas aun si es un ser vivo, solo las criaturas de los planos profundos son inmuntables en el eter, por lo que les sugiero que si ven una de ella salgan corriendo.

En casa nos esperaban Eduardo T. Choro y el increible Sr. Florencio Torres Braun que aun a sus noventaysiete años gozaba de una salud fisica y mental tan buena que le permitia salir en busca de pequeñas aventuras. Era un tipo alto, de ojos grises, con el cabello cenizo y con visos de plata. Un hombre delgado de tez blanca pero con esa piel morena que dejan decadas de trabajo de campo a pleno sol. Vestia informal: unos pantalones verdes y una guayabera recargada en plizos y bordados y un baston negro con la empuñadura de plata.

Torres Braun sostenia una taza de cafe de grano, una taza chiquita bien cargada, que llenaba el espacio con su aroma. Estaba erguido cuan alto era y sus ojos no decian absolutamente nada. Eduardo, en cambio, sostenia su taza de tè con manos temblorosas y traspiraba mucho por lo que a cada momento se llevaba la mano libre a su frente para secar el sudor con el pañuelo blanco de algodon. No se si Richard lo vio, pero yo lo vi clarisimo, aquel hmbre pequeño y de rostro enjuto temblaba de miedo.

Con la mayor naturalidad del mundo me servi un cafe yo tambien. Seguramente debi saludar, pero ya que estabamos en mi casa yo me sentia con derecho a estar molesto por que dos personas habian entrado sin invitacion, aun que estas personas fueran las dos eminencias mas grandes de la logia que aun estaban con vida.

Richard se deshizo en saludos. Estaba impresionado, el siempre habia querdo conocer a Torres Braun, era una especie de idolo para el. El viejo en cambio no se dejaba afectar por las palabras lisonjeras, permanecia cono sus ojos frios, mirandome a la cara como si yo hubiese cometido alguna suerte de crimen. De pronto dijo secamente: "Lo vas a cerrar o ¿que?"

¿Cerrar que? Por dios, fue entonces que me di cuenta que la luz invisible seguia alli, que el portal continuaba abierto, que no se habia cerrado al salir nosotros. Una onda de luz sacudio el lugar entonces y todo ocurrio infinitamente lento. Yo me lance sobre mi escritorio a buscar un hilo plateado para cerrar la puerta. Richard trataba de entender que sucedia moviendo su cabeza de un lado para otro. Eduardo T. Choro buscaba algo en su bolsillo mientras la taza y su contenido describian caprichosas formas en el aire. Torres Braun trazaba una linea imaginaria con su baston y si no hubiese estado buscando algo habria podid leer las palabras que sus labios mudos articulaban.

Continuara

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